Así era Madrid en tiempos de los neandertales, hace 100.000 años

Pinilla del Valle fue su particular paraíso, donde vivían en torno al fuego en una época de frío intenso. Grandes cazadores, acumulaban sus trofeos en espacios cargados de simbolismo

Recreación de neardentales en el Calvero de la Higuera contando historias en torno al fuego Ilustración de Albert Álvarez Marsall según idea de Enrique Baquedano

Los humanos modernos tuvimos unos primos hermanos algo más bajos pero muy fuertes, grandes cazadores capaces de cobrarse, con lanzas y jabalinas, piezas como bisontes e incluso rinocerontes de estepa. Un grupo de ellos vivieron aquí mismo, en la zona de Pinilla del Valle ... , al norte de la región: fueron los señores del lugar y allí dejaron la huella de su vida cotidiana y sus actividades. Por sus restos sabemos que aquellos eran tiempos fríos y que había abundancia de comida; que la geología de la zona les dotó de cuevas donde refugiarse y que alguna de ellas sirvieron como salas de trofeos, que hoy asombran al mundo y han hecho reconsiderar la imagen que la ciencia tenía de los neandertales.

El Calvero de la Higuera –donde se encuentran los yacimientos del mismo nombre– era «el Shangri-La» de este grupo, explica Enrique Baquedano, arqueólogo y coordinador, junto con Juan Luis Arsuaga (paleontólogo) y Alfredo Pérez-González (geólogo), del proyecto de investigación sobre el Valle de los Neandertales. Un enclave que se descubrió por casualidad: al construir el embalse, se abrió un camino de servicio y, para ello, se rompió la roca. Un grupo de arqueólogos que veraneaban en la zona supieron leer lo que aquella Cueva del Camino les mostraba. Francisco Alférez y su equipo se hicieron cargo de aquella primera investigación, entre 1980 y 1989.

Las interpretaciones eran muchas: desde que era un cubil de hienas hasta la posible presencia de preneandertales, dado que se hallaron dos dientes humanos. Hubo un parón de más de una década, hasta que el proyecto se retomó, ya con la nueva dirección, en 2001. Y todo por obra de la casualidad, y de unas setas: el propio Baquedano explica que las buscaba por la zona, cuando encontró una muela carnicera de hiena. Un hallazgo que, nuevamente, se presentó ante los ojos de quien podía valorarlo.

El proyecto de investigación se retomó y, desde entonces, los descubrimientos se han multiplicado: en 2002, el Abrigo de Navalmaíllo , con herramientas de piedra y restos de neandertales; en 2003, la Cueva de la Buena Pinta; y en 2009, el gran descubrimiento de la Cueva Descubierta, «una bomba internacional» : una enorme sala de trofeos donde los neandertales, según todos los indicios, exponían con una cuidada presentación las cornamentas de los grandes animales que cazaban.

En busca de manadas

Viajemos en el tiempo 100.000 años atrás para imaginar cómo era entonces aquel valle. «Un lugar donde tenían todo lo que necesitaban: agua, comida en abundancia, cavidades donde protegerse, y todas las rocas que necesitaban para construir sus herramientas, además de madera para calentarse», explica Baquedano.

Aunque la glaciación Würm no había llegado aún a su momento más frío –«no se habían formado todavía los glaciares de la Cuerda Larga», comenta el arqueólogo–, las temperaturas eran bastante bajas. Aún así, a finales de verano el valle conservaba los mejores pastos y grandes manadas de herbívoros – uros, bisontes, équidos, ciervos, cápridos, rinocerontes... – subían en su búsqueda. Y tras ellos, los mayores depredadores: leones, lobos, osos y hienas. Los neandertales competían con ellos por las piezas de caza; contaban con su inteligencia y habilidad para fabricar lanzas , jabalinas e incluso instalar trampas.

Todos ellos conviven en un entorno presente desde hace 150.000 años . Y en el que se encontraron cubiles de hienas –donde estos animales arrastraban todo aquello que cazaban; desde otros animales hasta algún neandertal que cayó entre sus garras –. «Eso nos da una imagen extraordinaria del nicho ecológico donde están».

Pero también se halló el abrigo de Navalmaíllo , con restos de grupos de neandertales que hacen su vida allí, junto al fuego en torno al cual se cuentan las historias y se transmite el conocimiento: «El camino para comunicarse entre individuos» . A su alrededor, se localizaron partes de las herramientas que fabricaron y utilizaron, con una técnica particular e inconfundible de los neandertales, la musteriense. Por los hallazgos de r aederas, raspadores o muescas se puede saber cómo fileteaban la carne de los animales, utilizaban técnicas de ahumado para conservarlos, curtían sus pieles, localizaban el tuétano de los huesos o machacaban grano.

La Cueva de la Descubierta , sin embargo, supone un paso de gigante en los conocimientos sobre los neandertales: no era un lugar para vivir, sino un espacio con otro uso. Allí se «acumulaban trofeos de caza» , unos 37 ejemplares hasta el momento, todos machos, todos con cuernos. Lo que significa que «a diferencia de lo que venía defendiendo la ciencia hasta los años 80, pintando a los neandertales como casi simiescos , en realidad tenían una capacidad simbólica e intelectual mucho más avanzada;eran mucho más parecidos a nosotros». ¿Fue aquella sala de trofeos algo así como un primer santuario? ¿Un lugar donde hacer magia propiciatoria? ¿El vestigio de un mundo simbólico y ritual? La ciencia aún lo investiga.

Camuflado por el tiempo

Durante muchos años, a primera vista el Calvero de la Higuera sólo ofrecía un llano. Pero bajo la superficie se escondía la que fue cueva y refugio de estos grupos. Un abrigo que el río abrió por erosión, y que con el tiempo sufrió el hundimiento del techo y el colmatamiento posterior, que lo ocultó durante siglos.

Los neandertales del valle vivían en grupos, de unos quince o veinte individuos. Para evitar la endogamia que les habría matado –de hecho, los investigadores sospechan que esta pudo ser una de las claves de su desaparición– era habitual hacer intercambios de mujeres con otros grupos. También hubo algunos casos de relaciones con cromañones , la otra especie humana que convivió con ellos durante 7.000 años. De hecho, un porcentaje mínimo de ADN de neandertal está todavía en nosotros .

Pero por regla general, los grupos de neandertales y los de cromañones no eran precisamente amigos: competían por el mismo territorio y los mismos cazaderos. Y los clanes cromañones solían ser más numerosos, de treinta o cuarenta individuos, lo que situaba a nuestros primos hermanos en inferioridad de condiciones.

La zona de Pinilla del Valle era entonces un vergel con abundante vegetación, agua, muchas especies animales y un clima soportable. Los pelirrojos neandertales, tan fuertes como los heidelbergensis de Atapuerta pero «algo más chaparritos, unos 12-13 centímetros más bajos» , matiza Baquedano, son hasta la fecha los únicos de su especie localizados en tierras madrileñas. Entre los restos hallados, figuran varios dientes de leche de una pequeña, la Niña de Lozoya , muerta quizá en el momento del destete –enormemente delicado en aquella época–.

El museo

El valle es el santuario de Baquedano y su equipo; allí se llevan a cabo cada verano excavaciones, con avances muy significativos. Pasear por la zona permite recrear aquel tiempo prehistórico en que los cazadores-recolectores eran los señores del territorio.

El museo del Valle de los Neandertales , cuya construcción ha sido ya aprobada y dotada con 1,7 millones de euros , ayudará más en esa tarea.Sus obras estarán finalizadas antes de acabar 2022, y estará dotado de contenidos en torno a 2023.

En estaciones de Metro y bajo la M-30

Madrid oculta en su subsuelo muchas sorpresas, que arqueólogos y paleontólogos han ido extrayendo, o se han mostrado por obras de infraestructuras. Un ejemplo son los restos de diferentes animales, entre ellos los mastodontes localizados durante las obras de soterramiento de la M-30 , y a los que los expertos calculaban unos 14 millones de años de antigüedad.

La estación de Metro de Carpetana , por su parte, alberga en su interior un tesoro arqueológico con piezas de esa misma época: durante las obras de mejora de la estación se hallaron más de 5.000 restos de animales, entre ellos los de un superdepredador desconocido hasta entonces en la región, mayor que un oso. El resto, caballos primitivos, cérvidos o tortugas gigantes.

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